El arte indigenista, que busca plasmar los sentires y las identidades de
un pueblo, evidencia la fundamental importancia de hacer patentes las necesidades
de expresión cultural propias a toda sociedad humana. No es pues cosa
de menor valor, porque serán estas expresiones, precisamente, las que
muestren el sentido vital de un determinado pueblo ante la historia.
Es así como el Artista consagrado a la comprensión de los
sentimientos originales y auténticos de una determinada comunidad
indígena se debe a un esfuerzo sincero y disciplinado de plasmar
en la obra de arte, con belleza y vitalidad, con alma y corazón, con
delicadeza y precisión, tanto lo bello como lo feo, tanto la vida
como el dolor y la muerte, si fuere necesario, tanto lo espiritual como
lo telúrico, con razón y con pasión, y siempre con fidelidad
y rigor, aquella realidad en la que cotidianamente se está siendo
en una sociedad determinada.
Si damos por sentado estos presupuestos, indudablemente nos encontramos
con que la obra artística del Maestro Colombiano Iván
Guayasamín encarna de manera rigurosa y amplia los principios que
posibilitan al arte y la música indigenista apañando
esos sentimientos sublimes y cotidianos, con rasgos autóctonos y auténticos,
constituyéndose en memoria de aquella cultura amerindia silenciada
por tanto tiempo y que ahora, en el arte, ofrece una de sus mejores expresiones.
No se puede pasar la mirada superficialmente ante la textura, el color, el
movimiento y la musicalidad de cada una de las obras del Maestro Guayasamín,
y por las que siempre quedamos atrapados existencialmente.
JUAN CEPEDA